Morelia, Mich., Sábado, 21 de Diciembre de 2024

Sección:Opinión

El fin de los poderes

Por: Antonio Navalón/El País

CdMx.- Desde que se inventaron las encuestas, murieron los planes de gobierno. Comparecer periódicamente para tomar el pulso del barómetro de las tendencias de la sociedad se ha convertido en la mejor tumba para los proyectos políticos. Vivimos una paradoja en la que se busca el poder justo cuando este ha desaparecido. No me refiero a Montesquieu, tan citado para explicar que el equilibrio de las democracias está basado en la separación de los poderes, sino a que, una vez perdida la autoridad moral, la funcionalidad y la actualización de las leyes, los mandatarios funcionan a golpe de intuición.

Al Ejecutivo se le elige sobre la base de un programa que ya nadie cree que se cumpla. El Legislativo se ve obligado a articular unas leyes que adecuen el ordenamiento jurídico a la realidad social, pero esa realidad ya es tan líquida que resulta difícil plasmarla. En ese sentido, hay casos como el de España, formada por diversos pueblos que nunca quisieron ser españoles, más que por la fuerza de las armas. Y casos como el de América, en el que pese a lo que diga la legislación, nunca se ha conseguido ni se ha querido asimilar a las etnias minoritarias de cada uno de los países americanos.

En esta situación donde todos y ninguno tienen la culpa, es curioso observar las negociaciones del poder. Por ejemplo, en Estados Unidos los poderes ya ni siquiera son las cadenas de televisión o los grandes medios de comunicación, sino un caballo desbocado en manos de quien sepa interpretar o representar el valor oculto del sentir de los pueblos. Tuvieron que pasar muchos años para identificar lo que era políticamente correcto, aunque eso no permitió descubrir el momento en el que la sociedad estadounidense empezó a cuartearse. Para formar una familia fue necesario fracturar su concepto: con el fin de dejar vivir a los padres, los hijos empezaron a irse de casa y solo una vez al año —en el Día de Acción de Gracias— se encontraban con el espectro de lo que alguna vez fue una familia.

A los países les ocurre lo mismo ya que hemos olvidado que el gran problema radica en elegir a los representantes del poder sin un aparato de poderes que los acompañen. El fin de los modelos ha generado que las sociedades estén colgadas del vacío y que lo único que exista es la posibilidad de adivinar los sentimientos inmediatos.

Si George Orwell hubiera vivido en esta época quizá no hubiera necesitado imaginar al Gran Hermano ni describir la trampa permanente que separa la libertad de la esclavitud porque Internet y su control social son nuestro particular 1984. Basta con echar a volar con Twitter, el pájaro azul del sentimiento colectivo y gobernar a base de hashtag.

Sin embargo, el problema de estructurar un plan de gobierno es saber lo que de verdad quieren los países. Porque lo que hoy tenemos no solo son los resultados de las encuestas, sino también un tsunami de sentimientos reflejados en las redes sociales que solo muestran el fin de los sistemas, el disgusto con lo existente y la incapacidad para conformar propuestas alternativas sólidas.

En ese contexto, tanto el Gobierno que se intenta formar en España como la elección del nuevo presidente de Estados Unidos pondrán de manifiesto que lo único cierto es la ceremonia de jura del cargo y que, a partir de ahí, dar la esperanza de gobernar a los que no tienen nada, solo desatará un espectáculo de improvisación, desconcierto y descontrol, sin posibilidad de construir nuevas sociedades. Como muestra de este fin de los poderes, véase el Congreso estadounidense dominado por el Tea Party que, en lugar de crear o imponer leyes, lo único que hace es desacreditar y vulgarizar la figura presidencial. Y por otra, la Suprema Corte de ese país, que promulgó una ley que permite a las grandes corporaciones comprar la voluntad nacional, mediante inversiones para promover a los candidatos en campaña.

Lo importante es saber que el mundo que hoy estamos construyendo es un mundo de poder sin contrapoderes que nos lleva a vivir pendientes del estado de ánimo colectivo y a percatarnos de que nunca antes estuvimos tan cerca de la mano de los manipuladores como lo estamos ahora.

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